Mientras
en otros países son puntos de encuentro para jóvenes y adultos, en el Perú se
destruyen valiosas iniciativas culturales por razones políticas. El crítico
literario Víctor Vich pone el dedo en una llaga que nos afecta a todos.
¿Cómo
definen “lo público” los neoliberales peruanos? ¿Creen en su importancia? ¿Le
dan algún valor? ¿Consideran que su promoción le corresponde exclusivamente al
Estado? Desde hace más de veinte años, puede observarse en el Perú una
insistente voluntad por destruir toda idea relacionada con este concepto y por
degradar todas las prácticas asociadas con él. De hecho, la vida se ha vuelto
una pura competencia y a nadie le importa “lo público”: nadie lo siente como
propio y nadie reconoce su importancia.
Estas
preguntas surgieron al observar el sistema de bibliotecas distritales que
existe en los Estados Unidos, donde he pasado los últimos siete meses y donde
todavía debo pasar algunos más. Sin duda alguna, este es el país del
capitalismo por excelencia, el que más ha promovido la cultura del individuo
replegado sobre sí mismo. Sin embargo, por aquí lo público existe y es muy
valorado por la gente. De más está decir que me encuentro muy lejos de producir
una apología de los Estados Unidos (donde la vida cada vez es más difícil y un
poco triste), pero lo cierto es que por aquí quedan y se defienden algunos
espacios que muestran que otra forma de vivir es posible. Las bibliotecas
distritales son un notable ejemplo de ello.
Tampoco
es esta una reflexión interesadamente intelectual. No estoy hablando de
bibliotecas para universitarios o investigadores académicos. Me estoy
refiriendo a lugares que están inscritos en las necesidades comunes. Pensemos,
por ejemplo, en lo siguiente. ¿Dónde hacen sus deberes escolares los niños que
viven en los alrededores de “La Parada” y del cerro San Cosme? ¿Dónde las hacen
quienes viven en las afueras de Trujillo o en el distrito de Talavera, cerca de
Andahuaylas? ¿Son sus casas lugares adecuados para estudiar un rato? ¿Con qué
espacios y ambientes cuentan los niños y los jóvenes luego del horario escolar?
¿El problema de la educación se limita exclusivamente a la problemática
“interna” de la escuela?
En los
Estados Unidos, las bibliotecas públicas se han vuelto dinámicos centros
culturales que ofrecen muchos servicios a la población. Yo, en todo este
tiempo, he visitado muchas de ellas y la impresión ha sido siempre la misma:
son muy activas, cumplen muchas funciones y la gente las siente como propias.
Los ciudadanos las aprovechan y las cuidan mucho porque comprueban que ahí se
enriquecen mucho como personas.
Describamos
un día cualquiera: por las mañanas, la población suele ser de jóvenes y de
jubilados que pasan el tiempo buscando información diversa. En esas horas, el
ambiente suele ser tranquilo y amable. Para acceder, a uno nunca le piden
carnet, ni absurdas fotocopias del último recibo de luz. Todas ellas cuentan
con Internet gratis, como debe de ser. Es cierto que los Estados Unidos se han
vuelto un país increíblemente burocratizado, pero hasta el momento las
bibliotecas se salvan de ese cáncer que ya tomó a todas sus universidades y del
cual he sido testigo (y hasta víctima) en algunos casos. En la biblioteca
pública uno entra, es siempre saludado con amabilidad y puede sentarse con
gusto a trabajar.
Sin
embargo, la intensidad de la vida en la biblioteca ocurre por la tarde. A
partir de las tres, se llena de niños y de jóvenes que acuden a ella para hacer
sus deberes escolares. Las mesas se abarrotan de gente y uno puede observarlos
trabajando solos o discutiendo proyectos grupales. Ahí, en la biblioteca,
muchos profesores brindan asesorías y repasan las tareas de los días anteriores
o refuerzan lo que haya que reforzar. Durante esas horas, la biblioteca se
vuelve un lugar con mucha bulla pero ese es el signo de su efectividad y de su
mayor importancia.
Por si
fuera poco, los fines de semana no paran y, es más, sus actividades se
multiplican. Se ofrecen talleres de lectura para niños, recitales de
cuenta-cuentos, conciertos de música diversa y hasta clubes para armar “Lego”.
La biblioteca se convierte así en un espacio donde los vecinos comienzan a
conocerse y se construyen amistades. Por las tardes, suelen haber ciclos de
buen cine y, a veces, se programa alguna conferencia o algún recital literario.
Cuando no estoy dictando clases, suelo ir a estas bibliotecas y, ahora que
escribo, recuerdo con cariño la de Cambridge en Boston y la del condado de
Millbrae al sur de San Francisco. Todos los días, al retirarme de esta última,
presenciaba otro escenario importante: la puerta de entrada se volvía un lugar
de intensas reuniones donde algunos jóvenes montaban sus skates, practicaban
piruetas, conversaban de una u otra cosa y planeaban -seguro- algún tipo de
trasgresión juvenil. No hay, en las puertas de estas bibliotecas, guachimanes o
serenos que prohíban realizar tales actividades. Ahí, en sus afueras, he visto
a muchos adolescentes jugar, formar grupos, enamorarse y divertirse durante las
tardes.
Digamos
entonces (casi teóricamente), que estas bibliotecas se han vuelto espacios
donde ocurren cosas que se sitúan más allá del mercado y de sus mandatos
autoritarios. De hecho, hay ciudades en América Latina que se transformaron a
sí mismas construyendo bibliotecas públicas. Medellín es el ejemplo más
conocido, pero en la Argentina estas experiencias son muy intensas y han sido
de larga data. En los setentas y en los ochentas, muchas bibliotecas populares
trabajaron intensamente por todo el Perú (en Cajamarca se construyeron experiencias
valiosísimas) y, hace poco, en SERPAR, retomamos mucho de ese modelo en los
llamados centros CREA que, hoy, el alcalde Castañeda está destruyendo
impunemente -impunemente- sin que los medios de comunicación le den un
importante titular a fin de remarcar el escándalo. Lo que está sucediendo bajo
la nueva gestión de Castañeda es realmente indignante y vergonzoso. ¿Cómo es
posible que un nuevo alcalde pueda haberse propuesto destruir absolutamente
todo lo que hizo la gestión anterior para no dejar rastro de ella? ¿Existe
algún tipo de institucionalidad mínima en nuestro país? ¿Existen mecanismos
políticos que lo impidan?
Lo que está sucediendo bajo la nueva gestión de Castañeda es
realmente indignante y vergonzoso. ¿Cómo es posible que un nuevo alcalde pueda
haberse propuesto destruir absolutamente todo lo que hizo la gestión anterior
para no dejar rastro de ella?
Por su
parte, Humala anda perdido en este y en casi todos los temas de gobierno y
sigue pensando que invertir en educación implica invertir solo en la escuela.
Lo cierto es que a las autoridades políticas peruanas les salen ronchas cuando
escuchan la frase “políticas culturales”, porque no saben de qué se trata o
porque, si algo saben, piensan que se trata de una inversión poco práctica
según los tristísimos conteos a los que la tecnocracia neoliberal nos ha
acostumbrado en los últimos años. Todavía la mayoría de autoridades piensa que
las políticas culturales tienen como objetivo organizar “espectáculos de
entretenimiento”, y Nadine y Ollanta están convencidos que ellas solo sirven
para pasar un domingo en la tarde con sus hijos en el Gran Teatro Nacional.
Construir
bibliotecas públicas integradas en los barrios es una necesidad urgente en el
país. La idea de la biblioteca como un lugar destinado a los intelectuales no
es importante ahora y es bueno que así sea. Por el contrario, la biblioteca
distrital como lugar de apoyo a la escuela es urgente. Por supuesto,
construirlas es una responsabilidad del Estado, pero también debería de serlo
de la empresa privada, que haría bien en dejar de acumular tanto dinero y
comenzar a proponer y construir espacios públicos para las ciudades. De hecho,
en los Estados Unidos, los millonarios capitalistas son los grandes
benefactores de muchas de las grandes obras públicas que se realizan por todos
lados. Recordemos que en el Perú fue el hacendado Víctor Larco Herrera el que
donó a la ciudad de Lima nada menos que la construcción de la Plaza Dos de
Mayo. Lamentablemente, ese tipo de prácticas parecen muy lejos de ocurrir hoy:
ni los políticos, ni los empresarios –nadie– tienen algún interés por “lo
público” y, si lo tienen, suelen presentarlo como una simple “dádiva” y no como
una intervención verdadera en lo que debería de ser un proyecto colectivo de
sociedad.
En todo caso, habría que subrayar que a los propios políticos y empresarios peruanos les haría muy bien sentarse a leer un rato en una biblioteca distrital. De alguna manera, son víctimas de este sistema que ellos mismos han creado y que difunden con mucha arrogancia. Es triste, pero muchos de ellos ya ni siquiera pueden distinguir el valor de una buena obra de arte y por eso se asustan con una espléndida escultura de Tola en el malecón de Miraflores o se quejan de unos notables gallinazos colocados cerca de “sus” playas.
En todo caso, habría que subrayar que a los propios políticos y empresarios peruanos les haría muy bien sentarse a leer un rato en una biblioteca distrital. De alguna manera, son víctimas de este sistema que ellos mismos han creado y que difunden con mucha arrogancia. Es triste, pero muchos de ellos ya ni siquiera pueden distinguir el valor de una buena obra de arte y por eso se asustan con una espléndida escultura de Tola en el malecón de Miraflores o se quejan de unos notables gallinazos colocados cerca de “sus” playas.
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